Se me acaban los cigarrillos, y no se que será lo siguiente que voy a llevarme a la boca. He pensado en rebajar la dosis diaria, pero entonces sería infiel a la escala de valores y las necesidades básicas del ser humano. Las baritas de incienso tienen vida propia y no puedo controlar la dirección del humo a su despedida. Sujetar el filtro con los dedos no se iguala al plástico barato de los bolígrafos en mi lapicero. Necesito su tacto, rozarlo con la yema de los dedos y pensar que ahí adentro saltan tantas chispas como en mis sueños.
Se terminan los cigarrillos y encontrarlos me cuesta tanto como encontrarme a mí mismo. Una calada, y la sinfonía de Zafón incitandome a seguir absorviendo hasta quemarme los labios. Pensar que se terminaron los juegos de aros para recordar que me consumo por dentro. El sabor a nicotina mientras duermo. La puta tos. Fumata blanca y la elección de un nuevo evento. Derramar las cenizas por mi ventana y joder al vecino del primero. Verlas volar y caer, como todos hacemos.
Se evaporan mis cigarrillos y me quedo sin aliento. El café de la mañana y la escapada en el trabajo, el volante del coche y los restos en el asiento.
Se esfuman mis cigarrillos. Y me pierdo yo con ellos.